Melvin Cantarell Gamboa
26/03/2025 - 12:05 am
Trump, el monstruo de la impertinencia
Trump es uno de esos personajes, atrapados en un cerebro solipsista incapaces de ver la condición del oprimido o de ofrecer signos de benevolencia en su toma de decisiones.
“Este hombre es rey porque los
otros hombres se comportan ante él como súbditos”
C. Marx. El capital
Trump se ha convertido en una obsesión para periodistas, analistas e intelectuales y un peligro inminente para muchos jefes de Estado del mundo; sus movimientos, acciones, palabras, absurdas decisiones y disruptiva conducta lo han convertido a los ojos de miles de millones de seres humanos en un tipo execrable. Sus impertinencias, despropósitos, groserías, insolencias, impulsividad y la modificación a diario de sus decisiones del día anterior, a causa de no saber lo que quiere, lo hacen impredecible y desconfiable; da la impresión de jugar con sus interlocutores y cualquier punto de vista en contrario tiene por respuesta el berrinche y la agresión, es decir, reacciones físicas y emocionales automáticas que hacen de él un individuo impertinente, antipático, falto de empatía y un interesante ejemplar para la psiquiatría. Sin embargo, a sus incondicionales fanáticos les parece un superhombre dotado de notables aptitudes políticas.
Creo, no obstante, que los adjetivos que recibe de sus críticos se concentran, equivocadamente, más en la difamación, el vituperio, la ofensa de su persona sin haber definido previamente su perfil psicológico, una herramienta permitiría analizar y comprender sus reacciones según los diferentes contextos; propongo, pues, desmontar y deconstruir su fisonomía mental, ya que de lograrlo, resultaría más sencillo destruir sus argumentos con la verdad, lo que permitiría explicarnos sus desatinos sin exagerar sus defectos y sin odios; una exigencia moral y un imperativo ético para todo aquel que escribe con apego al principio de realidad y al verdadero orden de las cosas.
Las expresiones de Trump muestran un estado pasional intenso que lo impulsa a cometer desatinos y mostrarse como un individuo carente de habilidades cognitivas (o no desarrolladas) como atención, memoria, enfoque, creatividad y lenguaje atingente; la ausencia de estos atributos obstaculiza en él su capacidad para construir razonamientos y juicios basados en pruebas y conclusiones. Sus gestos revelan, no un pensamiento creador guiado por la cordura, sino la insensatez de un individuo carente de prudencia y buen juicio, característica de una mentalidad fragmentada sin virtudes cognitivas.
Un individuo con estas características, dice el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, ve a los seres humanos, las cosas y el mundo entero como manifestación de su voluntad; considera que su cerebro es el instrumento más perfecto de la Naturaleza para la apropiación de lo externo; lo real, en consecuencia, no tiene existencia objetiva, es producto de las percepciones y representaciones que el cerebro elabora; ahora bien, desde esta perspectiva, según el filósofo alemán, los seres humanos, las cosas, el mundo entero y sus manifestaciones están sujetas a la voluntad del sujeto; las percepciones y las representaciones de su voluntad definen y deciden, como máquina prodigiosa, lo que la realidad es, como debe ordenarse y a que orden ha de sujetarse, es decir, en este caso, el cerebro de Trump impone sus condiciones al mundo real y su voluntad decide la forma de su existencia (el mundo como voluntad y representación).
Por otra parte, Nietzsche advierte que toda fuerza y toda voluntad es voluntad de poder; que toda voluntad de poder guarda una relación esencial con otras fuerzas y otras voluntades; que el mismo objeto del deseo es una fuerza de oposición a la voluntad de quien quiere apropiárselo; sin embargo, ninguna voluntad actúa en un espacio vacío, siempre se relaciona con otras voluntades que quieren lo mismo y, en tanto fuerzas, opuestas su mera existencia da lugar a conflicto con consecuencia impredecibles, pues a todo querer se opone el querer de otras voluntades que quieren lo mismo. Poner en claro de donde viene, como actúa y cómo explicar la voluntad de poder de Donald Trump es el quid de este artículo.
La voluntad de poder, dice Nietzsche, nace de la afinidad entre el objeto deseado y la fuerza que quiere apoderarse de él, lo que obliga al portador de esa voluntad a imponer su dominio sobre la cosa y sobre las otras voluntades que le disputan la cosa (no perder de vista que la voluntad de poder es el vehículo por excelencia de la dominación y, la fuerza de que dispone la munición de ataque y destrucción del enemigo). En resumen, la voluntad de poder es la que mueve a los hombres a lograr sus deseos y para hacer valer sus propósitos, trata, pues, de mostrar al oponente que las cosas las hace porque puede hacerlas, ya que su finalidad es apoderarse de lo que supone le pertenece.
Ahora bien, lo característico de la voluntad de poder es, como podemos comprobarlo en el día a día de Trump, que en sus cálculos no toma en cuenta el mundo objetivo realmente existente ni a otras voluntades capaces de oponérsele, limitándose a una interacción intima con su lenguaje y comportarse como si el mundo real no existiera (como ya lo explicamos), de ahí sus extravíos constantes en recovecos que sólo existen en su cabeza, que su discurso carezca de congruencia y su comportamiento sea análogo a los estados psicóticos propios del megalómano: exceso de autoestima, exageración de la propia importancia, arrogancia, delirios de grandeza al grado de sentirse omnipotente y, como buen narcisista, se crea superior al resto de los mortales; que a sus pares políticos los menosprecie, regañe, quiera mandar sobre ellos, que espere que lo obedezcan sin resistencia y que, de no hacerlo, se tornará agresivo y desafiante; todo lo anterior a falta de una razón razonante y de una ética de la cordura y la prudencia; por eso también tanta impertinencia, despropósitos, groserías e insolencia en su conducta.
Este proceder cotidiano en Trump describe las características de un megalómano, un delirio que define a quienes exageran sus propias capacidades e importancia, sólo que en este caso hay que sumar el narcisismo del sujeto cuya inflada autoestima y búsqueda constante de admiración excesiva hacen de él, por el inmenso poder que detenta, un hombre peligroso e impredecible. Imaginemos a un individuo con narcisismo patológico que se crea Dios o rey, pero carente absolutamente de poder para materializar sus deseos; a ese individuo lo calificamos de loco y lo internamos en el psiquiátrico más cercano si en algún momento representa un peligro; pero, si ese mismo hombre dispusiera de un poder enorme y capaz de imponernos por la fuerza su voluntad, entonces, para disimular nuestra impotencia lo consideraríamos un iluminado, un mesías o un rey y nos convertimos en uno de sus creyentes o en su súbdito.
Ahora bien, ser rey es efecto de determinadas relaciones sociales entre el sujeto que se proclama como tal, en este caso, Donald Trump, y quienes se sienten en la obligación de obedecerlo, condición que en los tiempos actuales resulta un anacronismo que sólo puede aceptarse si adoptamos un falso reconocimiento fetichista, condición que nos pone en el mismo nivel del esquizofrénico que no distingue entre lo real y lo que no lo es; además, quien hace suya la posición del súbdito, por su forma invertida de ver las relaciones sociales se aliena, es decir, se aleja de sí mismo para someterse a la voluntad de otro; por ejemplo de autoproclamado “rey Donald”; posicionamiento que, de ninguna manera es natural o inherente a una persona libre y dueña de sí misma; sin olvidar que se venera al rey o al amo por servidumbre voluntaria (Étienne de La Boétie).
Actualmente, la forma predominante de las relaciones entre las personas y determinante entre naciones soberanas no es la servidumbre ni la dominación sino un contrato entre iguales ante leyes previamente acordadas; sólo los cínicos como Trump, por su patología, contravienen esta realidad con mascaradas ideológicas (que Estados Unidos vuelva a ser grande otra vez) apoyándose en la falsa creencia de que “prevalece la voluntad del más fuerte”; idea que sólo tiene cabida en una razón cínica. Trump, sabe que los pretextos y argumentos para agredir, amenazar y castigar son falsos, que hace lo que hace porque puede hacerlos valer con los débiles, su trato con iguales necesariamente adopta formas menos agresivas. A la fuerza sólo puede oponérsele una fuerza igual o superior; no perder de vista que la suma de pequeñas resistencias forma un poder insuperable; sólo los ingenuos se engañan cuando creen que se le puede hacer cambiar de opinión mostrándole la realidad objetiva o señalándole donde sus representaciones son falsas representaciones; un narcisista de su calaña únicamente se identifica con las fantasías creadas en su imaginario.
La fantasía social que caracteriza al discurso trumpiano pertenece a lo que Marx describió como propio de la naciente burguesía del siglo XIX; el filósofo alemán demostró que todos los fenómenos de la conciencia burguesa se sintetizan en desviaciones, deformaciones y degeneraciones de la realidad social; de ahí que conciban su concreción como anormal si no se ajusta a sus intereses económicos, políticos o bélicos (estos últimos en sus fases colonial e imperialista). Por esa razón, ve como anormal toda situación que se oponga a su voluntad de poder y excesiva toda situación que no se adapta a su percepción de las cosas.
Una vez llegado a este punto, estamos en condiciones de entender la eruptiva violencia, crueldad y voluntad de dañar de nuestro personaje y comprender por qué lo hace sin que lo que aquí se afirme se vea como vituperio, maledicencia u oprobio. Si observamos sus expresiones parquinésicas (no controladas) veremos que sólo comunican desmesuras subjetivas malvadas, amenazantes y pasionales que están muy lejos del hombre de la razón y dotado de conciencia intelectual que definen al hombre de buena voluntad.
Este sujeto vulgar y egotista sólo alcanza a ver su provecho y sus intereses, pues carece de la nobleza que distingue a quienes se comportan respetuosos con la naturaleza, la sociedad y benevolente con los otros y no usa a las naciones y al resto de los seres humanos como objetos de presa o como víctimas de su deseo de mostrar su fuerza en afán de aumentar la fe de su poderío.
En suma, ¿quién es este sujeto llamado Donald Trump? Antes de responder permítanme una breve digresión: Es difícil determinar con certeza qué acciones aseguran el bienestar de la humanidad o saber cuáles debieron ser deseadas; en todo caso, si la humanidad quiere marchar hacia una civilización superior es necesario que antes defina el camino a seguir para crear las condiciones suficientes y necesarias para alcanzar su propósito. Debe de partir, sin embargo, de la consideración de que el actual no es el mejor de los mundos posibles, que no es ni bueno ni malo, ni el mejor ni el peor; que ninguna de las cosas que hace tiene sentido, sino guardan una relación estrecha con los seres humanos y su bienestar; de ahí la urgencia de aprender a decidir con cierto tino en manos de quien vamos a depositar el poder que los pueblos delegan en los gobernantes y al mismo tiempo nos cuidemos de aquellos que guardan poca consideración con los otros para velar sólo por sus intereses egoístas y los de su clase.
En este sentido, los hombres crueles como Trump, son residuos de formaciones sociales en franca retirada que buscan conservar privilegios que no están en condiciones de mantener, mucho menos recuperar. Trump es uno de esos personajes, atrapados en un cerebro solipsista incapaces de ver la condición del oprimido o de ofrecer signos de benevolencia en su toma de decisiones, por el contrario, ve la bondad, la caridad, la piedad, la amistad y la cordialidad como muestras de debilidad; porque el sentido moral de sus acciones no es compatible con sus ambiciones; piensa que hay que ser duro para ser respetado; que hacer daño y ser injusto es más rentable; que no importa parecer abominable si todo esto es útil para lograr la sujeción de pueblos y personas.
Este hombre narcisista y megalómano, que desprecia el valor de los otros vive el poder sobre los demás con íntimo placer, es más, puede afirmarse que su malevolencia le produce el sentimiento agradable de sentirse superior a los otros al grado de disfrutar de su sufrimiento. Su voluntad de poder se realiza en el daño inmediato provocado, aunque al día siguiente cambie de parecer. Escribe Nietzsche en ese imprescindible texto, si queremos conocer la íntima personalidad de Trump: Humano demasiado humano: “Si pudiéramos percibir plenamente el dolor que nuestros actos de maldad causan a otra persona, a nuestros semejantes, no haríamos mal a nadie. Cuando el hombre actúa con maldad, sea en actos de venganza, castigo, vanidad, placer, perfidia e interés, sin ninguna otra razón que hacer prevalecer las opiniones propias derribando las opuestas o por explosiones de rabia, y todavía se proclame bueno y bienhechor, cabe a los hombres inteligentes, de buena voluntad llamarlo malvado, porque su estupidez no se reduce a un problema cognitivo, constituye también un problemas ético de primera magnitud; no es solo su notable torpeza para comprender la realidad por falta de inteligencia o su resistencia a aprender de los hechos, de la experiencia y de los errores (Nietzsche), por su falta de sentido crítico (Popper), sino porque lo grave del asunto es su estupidez por no esforzarse por entender que en los tiempos que corren es de sabios que sin mejorar la situación actual a escala planetaria y perseverar en las cosas como están iremos directamente al abismo.
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